domingo, 15 de diciembre de 2013

1.

Agatha había criado a Isis sola. Su padre, alcohólico, ni siquiera había llegado a conocerla porque acabó con su vida antes de tener la oportunidad en un cruce cerca de Cambridge. Isis nunca la vio llorar por él y tampoco escuchó una palabra de cómo era o alguna foto que lo compensase. 

Era una mujer excéntrica, agorafóbica, encerrada siempre en una casa que había tenido el cuidado de llenar bien por dentro y por fuera de objetos raros, estatuas y palabras en el idioma arcano por si la gente no la evitaba ya lo suficiente. Una bruja. Los niños se reían al principio, cuando pasaban cerca de allí, y tiraban piedras a sus ventanas hasta que algunos perdieron la voz después de hacerlo y desde entonces todos los que conocían la zona apresuraban el paso al atravesar la calle y miraban de reojo y con recelo esa puerta redonda escondida entre las enredaderas.

Isis se había criado en ese ambiente. Una niña rarita con medias de colores chillones y el pelo mal trenzado, andando a saltitos con las manos en los bolsillos de un vestido descosido que veía como las madres alejaban a sus hijos de ella. Pero pasados los años Isis se hizo una niña lista y precavida, después de todo acabó encontrando a Jeremías y ahora estaba casado con él y con tres hijos (y la herboristería). 
Pero a cambio había tenido que alejarse de su madre y sabía bien que Agatha solo la tenía a ella. No le importaba. No había sido una buena madre y ella no podía dejar de vivir su vida para estar a su lado. Por eso hasta hacía dos meses escasos no se había enterado de su enfermedad.

La vida se le escapaba a Agatha. Rápida. Guardaba cama día tras día y solo aceptaba tomar las infusiones que le traía Isis por las tardes. Para qué va a verme un médico, ellos no pueden hacer nada que yo no sepa hacer. Simplemente ha llegado mi hora. No pongas esa cara, sabes que tengo razón de sobra. Algún día tenía que pasar.
Era mayor, pero no tanto. Isis no la creía. Cualquier intento de hacerle cambiar de opinión había sido inútil de todos modos. Cuando consiguió llevar a un experto hasta ella solo había confirmado sus peores sospechas. Se moría.

Le reprochó en todas sus visitas que se hubiese marchado de casa a los dieciséis. Le reprochó muchas cosas y aunque Isis al final tuvo ganas de irse, no lo hizo. Era su madre a fin de cuentas. Que se hubiese marchado no significaba que la odiase como ella pensaba.
― Estoy pagando por lo que te hice, niña. No puedo luchar. Las cartas lo han dicho ―le sorprendió un día sin embargo con aquello, agarrándole el borde de la falda y deteniendo así la silla de ruedas de Isis.
― A la mierda las cartas, madre ―Isis dejó la bandeja y se acercó a su lado, cogiéndole la mano. Qué frágil parecía ahora, con los destellos plateados entre el pelo que siempre había tenido negro tizón ―No has hecho…nada malo.
― No me mientas. Que esté enferma no significa que sea tonta. Se que me guardas rencor.
― ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué destrozaste mi infancia, qué no me dejabas salir a jugar con los otros niños porque tenía que quedarme en casa ayudándote con todas esas tonterías sobrenaturales? ¿que tenía que coserme yo los rotos de un vestido y estudiarme tus libros de hechizos de memoria porque si no me encerrabas en el desván por la noche? Lo hiciste. Lo sabías. Pero no mereces estar así por eso.
― Eras diferente. No podía dejarte vivir como una niña normal, porque no lo eras.
Isis miró los ojos de su madre.
― Yo no soy como tú. No…
― Lo eres. No me mientas otra vez. ¿Qué pasa con ese libro viejo que encontraste en el desván, de lomo rojo, y que guardas desde entonces debajo de tu cama? Esos conjuros te enseñaron a hacer magia. Magia. ¿Crees que fue casualidad? ¿Crees que no sé lo que puedes hacer?
Era imposible. Sólo había probado una sola vez. Y con Leo, hacía poco, pero ya no más. No había vuelto a abrir ese libro desde entonces. Le tembló el labio inferior y soltó su mano, sintiendo cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.
― El libro era tuyo –comprendió ―. ¿Por qué nunca me lo has dicho?
La mujer acarició la cara de su hija, que esquivó su mirada. No le daría la satisfacción de verla llorar.

― Te hice algo peor Isis. No fue mi manera de criarte. No fue tu don. 

Entonces se lo contó todo. Todo sobre ese chico joven que conoció, que no era su padre. Sobre la chica rica que se lo robó. La chica rica que le rompió el corazón al chico joven...

― Somos diferentes por algo. Tenemos un poder que ellos no tienen. Ella le destrozó la vida y necesitaba pagar por ello. Algo mío por algo suyo, lo vi justo. Estaba tan celosa...
  Se calló e Isis sintió que su garganta se había cerrado completamente. Era demasiado irreal, demasiado absurdo. Consiguió recuperar el habla, después de un largo silencio, para preguntarle lo que sabía que era lo más importante de la historia y lo que sabía que nunca habría querido conocer la respuesta. Y aún así...
― ¿Quién era ella, madre?
Los ojos de Agatha parecieron envejecer diez años de golpe. 
― ¡¿Quién era ?!―instó.
―Juliette. Juliette Harrods.
Palideció insegura de si quería escuchar el resto de la historia. Pero no pudo evitar preguntar una última cosa. 
― ¿…y él?
Sabía la respuesta. Es como si siempre la hubiese sabido en realidad. Cerró los ojos.

Harrison Woods.

Sus labios dibujaron el mismo nombre al mismo tiempo que Agatha lo decía. 
Isis dejó escapar un pequeño gemido y se cubrió la cara con las manos. El mundo entero se le empezó a desmoronar encima. Pero escuchó las palabras de Agatha antes de que pudiese cubrirse también los oídos para no seguir escuchándola.
― Leo y Vienna nacerían nueve meses más tarde.


         Tú perderías las piernas dieciocho años después. 

1 comentario:

Andrea dijo...

Yo ya sabía qué ocurriría en el relato porque me lo contaste, pero aun así se me ha acelerado el corazón conforme avanzaba la conversación, hasta llegar a Leo, a Vienna, a sus piernas. Dios mío. Es que es tan, tan... No sé. Me pregunto cómo podría vivir Agatha después de que su hija se quedara inválida por su culpa. Quiero ver alguna escena de eso, de Agatha tras el accidente, de Agatha con la culpabilidad encima de los hombros. Lo quiero ver. (¡Te quiero tecleando, así me gusta!). Y quiero ver a Leo e Isis. Y a los padres de Leo. Y a Leo. Y a Vienna. Y a todos. Escribe.