lunes, 25 de marzo de 2013

Ciencia humana

Es sencillo. Imagínate que el mundo es una enorme pizarra sobre la que hay dibujada una tabla periódica. Ya sabes, está formada por elementos químicos, los elementos químicos somos nosotros. 
Hay metales, semimetales, no metales... Todos se unen entre sí, se atraen con unos, se repelen con otros, forman enlaces y crean compuestos. Se pueden separar y unir de mil maneras y mil veces (y de mil formas), pero siempre se atienen a unas características, que a su vez varían según el estado en el que se encuentren. 
Están los iones, los que persiguen la perfección porque están muy cerca de ella y en ocasiones la alcanzan.
Y están los gases nobles. Supondréis que ese nombre tiene algo que ver con su estatus. 
Eso es. Los gases nobles están ahí y son perfectos. No necesitan nada ni a nadie, están solos y les gusta, están completos. Todos quieren ser como ellos. Son incoloros, inodoros, insípidos y no inflamables en condiciones normales. 
Así que no se combinan, salvo en contadas ocasiones...

A veces algunos pueden llegar a cambiar por un elemento muy simple. 
¿Y por qué? ¿Por qué siendo perfectos no están satisfechos? ¿Por qué prefieren dejar de ser lo que son para ser algo peor?

Puede que algún día yo os pueda responder a esa pregunta. 
Mientras tanto, tomad sitio.

Va para largo.



Neon Hiver



sábado, 9 de marzo de 2013

Cuando perdió a su madre también lo perdió a él

— Dime una cosa Jerry levantó la vista del dibujo y la clavó sobre la corbata del hombre. Porque él sabía que a los caballos no les gustaba que los mirasen directamente a los ojos y aquel hombre era tan alto como uno. Quién sabe, podría ser un centauro.


El tipo se distrajo siguiendo la dirección de la mirada del niño por si había algún desperfecto en su traje, pero como no encontró nada volvió a retomar el hilo de la conversación tras carraspear un poco. 

 Hijo. 
La cera que tenía Jerry en la mano se desvió de su trayectoria y ahora el pulpo que estaba dibujando tenía nueve patas en lugar de ocho. Apretó los labios.
— Tengo un nombre y me lo puso mamá, por aquel ratón que salía en la tele — ¿por qué ya no me llamas por él? 


El hombre volvió a guardar silencio, desconcertado y si Jerry lo hubiese estado mirando a la cara, habría advertido los cambios. Cogió la cera con un poco más de fuerza y el color se volvió más intenso. El pulpo empezaba a tener cerca de dieciséis brazos y había decidido llamarlo Federico. Por aquella canción que cantaba su madre a veces.



Don Federico perdió su cartera,
para casarse con una costurera,

—Jerry, no empieces, por favor.

la costurera perdió su dedal,
para casarse con un general.
— Que no empiece a qué

El general perdió su espada,
para casarse con una bella dama,
— Eso, esto, lo que haces siempre. Intenta escucharme al menos durante dos minutos ¿vale? Me tengo que ir y no tengo tiempo para tonterías.

la bella dama perdió su abanico,
para casarse con Don Federico.
— Nunca tienes tiempo.

Don Federico perdió su ojo,
para casarse con un piojo,
—Hij... Jerry. 

el piojo perdió su pata,
para casarse con una garrapata,
— ¿Sí?

la garrapata perdió su cola,
para casarse con una pepsi-cola,
— Para. 

la pepsi-cola perdió sus burbujas ,
para casarse con una mala bruja.
— ¿Que pare qué?

La mala bruja perdió su gatito
para casarse con Don Federico,
— ¿No puedes de verdad dejar ese garabato unos instantes y hacer el favor de mirarme? 

Don Federico le dijo que no,
y la mala bruja le echó una maldición
— No es un garabato. Es un dibujo. 

al día siguiente le dijo que sí
y la mala bruja se echó a reír

— Ya está bien, deja de comportarte como si tuvieses... 
— ¿Diez años? — le cortó, levantando la vista del dibujo y mirándole desafiante.
— Iba a decir tres.

— Claro.

— ¡Basta! —el puñetazo en la mesa hizo que el niño diese un pequeño respingo.
— ¡No, espera! ¡Devuélvemelo! ¡Es mío!—En un instante él le había quitado el dibujo de las manos y lo había roto por la mitad, tirándolo a la papelera. El sonido le puso la piel de gallina a Jerry, que se había quedado paralizado incapaz de creer lo que acababa de hacer. Entonces se levantó del sitio bruscamente con lágrimas en los ojos.  — ¡...Mamá nunca habría hecho eso!

— Yo no soy tu madre.

— Lo sé  —masculló, mirándole con rabia y reproche —ella nunca me hubiese abandonado como lo hiciste tú —las palabras se le quebraron en la garganta, irrumpidas por un sollozo. 

Justo después echó a correr abatiendo la puerta con el hombro, ignorando los gritos de su padre que nunca salieron de su garganta, porque seguro que le daba igual que volviese o que no. Tampoco iba a ir a buscarle, por supuesto, o se perdería el vuelo a San Francisco. 
Y luego sería él quien cogería arrepentido el teléfono al cabo de varios días para llamarlo y pedirle perdón. 
Y su padre le diría que no pasa nada y colgaría porque tenía que trabajar. Y todo seguiría como siempre, cada uno por su cuenta haciendo vidas ajenas.


A Jerry le gustaría que a veces pensara en él antes que en todo lo demás. Que lo antepusiese a sus planes y a su importantísimo trabajo. Que se permitiese aplazar algo en su ajustada agenda para estar con él. Que fuese a verlo a sus partidos de baseball como los padres del resto de sus compañeros, o a comprarle un helado mientras pasean por el parque. Que un día le preguntase por las notas, que le regañase por no haber hecho los deberes y se preocupase porque no estuviese despierto hasta muy tarde. 



O simplemente que se quedase allí una noche sabiendo que no se habría ido cuando despertase a la mañana siguiente. 

miércoles, 6 de marzo de 2013

No todos podemos hacerlo...

... pero todos podemos intentarlo


Hay diferentes tipos de persona en esto. Los que escriben un poquito mejor. Los que escriben un poquito peor. (Los que no están mal). 

Y luego estás tú. 
Que siempre consigues encontrar las palabras perfectas para describirlo todo, pero no te das cuenta de la suerte que es poder hacer eso. Si las ideas pudiesen contraer matrimonio con una página en blanco, te aseguro que las tuyas lo harían, es más, entre tus párrafos se permitiría la poligamia.


Yo en cambio siempre me bloqueo, me olvido o me pierdo en esos mundos que empiezan a tener cimientos en mi cabeza, cimientos que no dejo de poner y quitar como si fuesen casitas de lego. Y mis ideas no se están quietas y yo no consigo agarrarlas, es muy frustrante, porque a veces se burlan de mí ralentizando su ritmo y dejando que casi las roce con los dedos, que parezca que casi puedo alcanzarlas.

Pero no puedo.


Luego están las noches que me siento frente a una hoja de papel y el papel está mudo y blanco. No encuentro la manera de hacer que hable ni sé qué contarle yo, así que nos quedamos ambos observándonos durante un largo rato. Él tiene más paciencia y me espera. Vamos, di algo, puedes borrarme luego. Pero no hay nada. 

Y entonces me frustro. Porque incluso cuando soy capaz de decirle cosas nunca lo consigo del todo, o al menos no como yo quiero. Me invade la sensación de que todo está medio vacío y mis personajes incompletos. No se cómo tapar esos agujeros que se me abren una vez empiezo a escribir. Son demasiados. No lo consigo. 


Es que la verdad nunca me siento satisfecha del todo, nunca acabo de plasmar lo que quiero transmitir. Mis ideas inconstantes, mis pensamientos, nunca puedo explicarlos como me gustaría. 

Y quiero encontrar sus centros, pero no hay sistema de referencia.

Bueno, pensarás, ¿y qué? 
Y qué, eso. Puede que de intentar cubrir todas esas brechas a la vez sólo consiga más presión y en consecuencia continúen abriéndose más y más y esto nunca acabe. 


Pero también hay unos segundos, muy cortos, que cuando los quieres contar o cuando quieres darte cuenta ya han pasado, pero existen que es lo importante. Hay unos segundos en que te encuentras desesperado abrazando la superficie llena de grietas y las cubres todas, antes de que se raje por otro lado. 



Y nadie lo ha visto.

Ha sido muy rápido.
Y qué. Lo has hecho, lo has conseguido, lo has arreglado y ha estado todo bien por unos instantes. 

Siempre hay a una distancia de la cuerda floja en que el payaso más penoso encontrará un punto de estabilidad y será capaz de sentir el equilibrio en su estómago unas décimas de segundo, antes de caerse. Y habrá estado ahí. Y él lo habrá sentido. Y es suficiente para volver a intentarlo.
Y subirse a miles de metros para caer otra vez.


Pero siempre para caer mejor. 

martes, 5 de marzo de 2013

Sería más fácil si simplemente le ignoraran

Siempre se quedan en silencio todos cuando entra en clase. Él saluda aún así, aunque sabe que nadie le va a responder, y luego continúa andando sin mirarlos, mientras ellos sí que lo hacen. Y puede oír perfectamente lo que empiezan a decir, pero Leo se limita a sonreír un poco porque  prefiere no escuchar, sabe bien lo que dicen. No importa. 
Siempre es lo mismo.

Tal vez lo que le da un poco más de pena es que dejen sitios vacíos a su alrededor. No porque se sienta solo, que también, ni porque se sienta rechazado, que lo está. Es un poquito más por la estética de la clase y porque los profesores siempre pierden tiempo en preguntar, y sus compañeros siempre pierden tiempo en hacerle notar todo el desprecio que sienten hacia él.

Bicho raro, eres un bicho raro.

Así que se sienta detrás, para no molestar, que allí hay sitios vacíos y nadie dice nada.

A la derecha, a la izquierda, delante y detrás suyo los pupitres nunca van a ser ocupados. Y los niños que están un poco más próximos a él alejan las mesas, como si lo suyo fuese contagioso.

Leo abre el libro de literatura y se dedica a dejar que pasen las horas buscando hacerse invisible entre las letras. Pero como ese no es su poder no lo consigue. Almuerza allí a solas, es más cómodo que salir al patio a recibir balonazos o un empujón que lo manche de barro.

Y al final de la mañana suena la campana y cierra el libro, y como siempre piensa que ojalá Isis fuese a clase con él, así al menos no se aburriría tanto. 

Pero claro, las chicas siempre están separadas de los chicos. 

Cuando sale le da tiempo a levantar la vista al cielo un momento. Porque es raro que haya un día soleado en Londres.

Lo disfruta unos segundos que se le hacen cortos, antes de que lo agarren de la mochila.

Y Leo desea que hoy no le toque el váter, que prefiere las perchas o incluso el cubo de basura.

Pero claro, él nunca decide nada.