Jo le había enseñado de todo. Excepto matemáticas, nunca consiguió enseñarle matemáticas.
Jo le había hecho ser quien era más que ninguna otra persona, más que sus padres incluso. Y Luisiana lo había querido como a un hermano mayor, siempre tras él como un buen patito, sin cerrar el pico en ningún momento.
Y Jo la llamaba pajarillo por eso, porque nunca paraba quieta, y porque sabía que así conseguía hacerla rabiar, aunque era muy fácil hacerlo de cualquiera de las maneras.
Luisiana odiaba que la llamase así y Jo estallaba en carcajadas al ver a una niña tan pequeña fruncir tanto el ceño. Luego le revolvía el pelo y Lu se indignaba hinchando el pecho como el pajarillo que no quería ser y se ponía muy colorada, antes de intentar pegarle en la barriga. Pero Jo con sólo ponerle una mano en la cara podía sujetarla fácilmente mientras ella daba puñetazos en el aire.
Siempre le perdonaba, y Lu le terminaba dejando que le llamase pajarillo.
Jo.
¿Dónde estaba? ¿Dónde había ido? A buscar a esa chica brasileña que había conocido en el metro, puede, que dijo que encontraría porque estaban destinados a estar juntos. Lo había visto en sus ojos o algo así. Nunca le había creído, él no era de esa clase de personas, que lo dejaban todo por una fantasía.
Pero prefería creerse que sí. Había desaparecido sin más, un día, sin decir nada, sin despedirse. Y Luisiana seguía mirando el correo todos los días, pasando las cartas con una pizca de esperanza de encontrar una postal entre ellas de Río de Janeiro firmada con la mala caligrafía de Jo. Aunque ya habían pasado muchos años.
Y Jordan Kane no le había enseñado matemáticas, pero sí le había enseñado a contar. Y sabía que dos más dos, de cualquiera de las maneras, sumaban cuatro.