domingo, 28 de abril de 2013

Pajarillo



Jo le había enseñado de todo. Excepto matemáticas, nunca consiguió enseñarle matemáticas. 

Jo le había hecho ser quien era más que ninguna otra persona, más que sus padres incluso. Y Luisiana lo había querido como a un hermano mayor, siempre tras él como un buen patito, sin cerrar el pico en ningún momento. 

Y Jo la llamaba pajarillo por eso, porque nunca paraba quieta, y porque sabía que así conseguía hacerla rabiar, aunque era muy fácil hacerlo de cualquiera de las maneras.

Luisiana odiaba que la llamase así y Jo estallaba en carcajadas al ver a una niña tan pequeña fruncir tanto el ceño. Luego le revolvía el pelo y Lu se indignaba hinchando el pecho como el pajarillo que no quería ser y se ponía muy colorada, antes de intentar pegarle en la barriga. Pero Jo con sólo ponerle una mano en la cara podía sujetarla fácilmente mientras ella daba puñetazos en el aire. 

Siempre le perdonaba, y Lu le terminaba dejando que le llamase pajarillo. 

Jo. 

¿Dónde estaba? ¿Dónde había ido?  A buscar a esa chica brasileña que había conocido en el metro, puede, que dijo que encontraría porque estaban destinados a estar juntos. Lo había visto en sus ojos o algo así. Nunca le había creído, él no era de esa clase de personas, que lo dejaban todo por una fantasía. 

Pero prefería creerse que sí. Había desaparecido sin más, un día, sin decir nada, sin despedirse. Y Luisiana seguía mirando el correo todos los días, pasando las cartas con una pizca de esperanza de encontrar una postal entre ellas de Río de Janeiro firmada con la mala caligrafía de Jo. Aunque ya habían pasado muchos años.

Y Jordan Kane no le había enseñado matemáticas, pero sí le había enseñado a contar. Y sabía que dos más dos, de cualquiera de las maneras, sumaban cuatro. 


martes, 23 de abril de 2013

1-0

This is ten percent lucktwenty percent skill 
Fifteen percent concentrated power of will 
Five percent pleasurefifty percent pain 
And a hundred percent reason to remember the name

Esperaba el momento oportuno. Se quedó muy quieta y redujo todo lo que pudo el ritmo cardíaco, concentrada de pleno en cualquier sonido o movimiento próximo a ella, como cuando sentía sus explosiones y sólo por la presión en la piel y el temblor del suelo podía adivinar cómo habían sido de grandes y a qué distancia se encontraban. 

Ahí estaba, hombro izquierdo. Se aproximaba por la derecha. Tres segundos más o menos. Rápido. Pero ella lo era más. 


Abrió los ojos y se agachó en el instante en que venía el puñetazo directo a su cara. Aprovechó la inercia que llevaba y antes de que pudiese reaccionar agarró su brazo desde el lateral y le golpeó con el codo en la mandíbula dos veces, antes de hacerle una zancadilla y amordazarlo en el suelo, colocando las rodillas en sus omóplatos y el cuchillo en su garganta, dejándolo inmóvil.  


Muerto  anunció. Y aunque trató de que su voz sonase neutra, había un inevitable deje de felicidad tras ella. 


Un pitido ensordeció la sala. Luisiana se puso en pie inmediatamente después, con cuidado, quitando las rodillas de la espalda para liberar a su rival y le tendió la mano. Tenía la respiración agitada. 

Él tomó la ayuda agradecido, mientras ella se disculpaba y se apartaba el pelo húmedo de la cara con una pequeña sonrisa. Después se marchó dejándola sola allí, porque esperó un poco más hasta que hubo recuperado por completo la calma y empezó a desabrocharse los protectores de los brazos y las piernas. 
Uno a cero. Ganaba ella. 


sábado, 20 de abril de 2013

Corre

Es fácil.


Las paredes se cierran sobre ti, hay una correa invisible en tu garganta que empieza a apretar y te está ahogando. Hay demasiada gente. Hay demasiado ruido. Por un momento te vacilan los sentidos y la realidad se distorsiona. Casi pierdes el equilibrio. Te tienes que agarrar a algo, porque te caes. 
Entre todo el jaleo tu corazón se ha disparado, aunque nadie lo nota, pero a ti te laten las sienes y te cuesta respirar.
No piensas nada coherente, sólo hay una cosa, salir. Tienes que salir de allí, como sea. Ya.
Te mueves un poco torpe. Le mascullas algo a alguien, que vas al servicio, que es un mareo leve. Lo expresas con un gesto y terminas de arrancar ignorando las preguntas. Nadie te va a seguir, todavía no, cuentas con ventaja. Ahí está la clave.
Nada más esquivas el barullo, creyendo a ratos que no lo conseguirías, andando cada vez un poco más rápido, llegas a la puerta y sales a fuera. El sonido se tapona, tus oídos lo echan en falta.
Pero estás fuera. Estás fuera, pero no del todo, aún te queda ir lejos. Donde ya si que no puedan alcanzarte. No estás lejos del peligro. Estás fuera pero no lo suficiente.
Giras la esquina y chocas el hombro con el de un camarero. Debe ser un camarero, porque se ha roto un cristal.
No te has parado a mirarlo, a ayudar, aunque puede que te hayas disculpado. Puede que en tu cabeza.
Y tus piernas por fin empiezan a funcionar. 
Corres. Corres cada vez más rápido. De alguna manera has bajado esos pisos sin que nadie te intercepte y has dejado atrás el edificio. Ahora sí que nadie puede verte, ni cogerte. Pero sigues corriendo.
Una vez empiezas no se puede parar. La adrenalina, quizás sea eso, si es así te está poseyendo, porque cada célula de tu cuerpo te pide que aceleres.
Acelera, acelera. Más rápido. A nadie le da tiempo a girarse cuando te ven pasar, porque llevas la velocidad  adecuada. Las aceras están bien, pero sigue habiendo mucha gente, demasiados coches, demasiado de todo.
No paras hasta que llegas a la playa. No paras cuando corres por la orilla y te llenas los zapatos de agua y arena. El sol se ríe de ti porque está quieto, le da igual lo que corras, no puedes escapar de él.
Pero se irá pronto. Porque ya casi es de noche. Se puede huir de todo. De alguna manera, sí, se puede.
Lo sabes. Lo haces. Lejos. Deprisa. 
El sudor te resbala bajo la ropa, el pelo se te ha pegado a la frente y aún así te sientes ligero. Calmado, cada vez más calmado. El ritmo es regular. Ya se te ha pasado ese miedo que te ha obligado a huir. Ahora sólo quedan unos cuantos escalofríos. Tus pies van más despacio. Pisan ahí, y aquí, un poco más cerca. Andan. Paras. Te das la vuelta y miras. 
No hay nadie, estás solo, nadie te persigue. Las olas burbujean tranquilas. Todo es correcto. Todo va bien. 
Respiras, hay aire.
Respiras.

lunes, 15 de abril de 2013

Te dicen que has cambiado,

y por algún motivo te da pena. 


Quizás la gente sea verdad que nunca cambie. Que naces con lo que eres y no con lo que tienes. 
Que lo que tienes puede cambiar. Puede cambiar tu cuerpo, puede cambiar tu carácter, pero siempre seguirás siendo la misma persona. La esencia por la que han discutido durante tantas vidas los filósofos. 

Pero evolucionamos ¿no? a veces nos llegamos a encontrar a nosotros mismos -a lo que somos de verdad- al final del camino. Las experiencias nos terminan de hacer, aunque desde el principio seamos algo. 

A veces a la gente no sólo le cambia el carácter, les cambia un poco la mirada. La sonrisa, la manera de andar, según crecen. Los gestos, aunque tenga la misma forma de echarse el pelo hacia atrás que cuando tenía tres años. Hay algo pequeño, muy pequeño, que cambia.


Como a la gente a la que le cambia la risa. 
¿Nunca os ha pasado? Que lo notáis, que hay algo que ya no es igual en ella. Puede que sea un poco más aguda o más grave, que ahora se ría haciendo pausas o al contrario, muy seguido. Que sea espontánea o le salgan gallos. Y aunque haya cambiado tan poquito que la gente de normal no se da cuenta, pero tú lo escuchas y sabes que es diferente. 

No es que sea una cosa triste. Es como que va con todos nosotros, como el juguete va con el huevo kinder. Que las maneras nos van definiendo y esos pequeños cambios y derivaciones son el resultado de todo lo que somos y vivimos. 

Que puede que sí, haya algo ahí, una esencia inmutable. Que puede que también, que estemos hechos a base de las cáscaras que vamos dejando de las cosas que cogemos y de las pieles que mudamos. 

Quién sabe. Pero no podemos evitarlo, que nos disguste, un poquito. Que nos recuerden que no volveremos a ser lo que éramos. Que insinúen que antes éramos mejores. 

Que hemos cambiado a peor. 
Que estamos viviendo mal.

miércoles, 10 de abril de 2013

¿Dónde está?

Cuando cruzas el Mar Sucio y miras al este en el estrecho de Frago quizás adivines al fondo entre las nubes los picos de las cordilleras de las Runas Valdür o las piedras flotantes del Iriacel, sobre las Llanuras Desoladas. Si por contrario has tomado la ruta de las islas Tortuga, dejado atrás la bien conocida Laêl y has llegado a Ashkore por la península del Escorpión lo que verás es la gran sombra del Volcán Extinguido encima de Ortïnver, haciendo frontera como siempre con el escondrijo de las minas de Taôm; Las Nocturnas, justo antes de llegar al desierto de Sur'Dull.

Si entras por arriba, atravesando los Prados del Norte y las Ruinas Anfitrión, dando esquinazo a la hermosa ciudad élfica Enëria, encontrarás Neriasca. Y El Cruce Escarlata abriéndose paso a la Senda del Mercante. Y el pantano del Olvido, muy cerca de la ciénaga Ronca, al ladito justo de bahía Segunda.

Pero no hay ningún lugar como esa corona de montañas, que se ve más grande desde cerca porque de lejos casi pasa desapercibido... La cruza un río, El Leyenda, que luego tuerce a la derecha en el valle del Fuego Fatuo. Se llama Isdìn, (aunque dicen que en realidad es el corazón de Nüdlêss) está rodeado por el el bosque de las auras, Darathras, y también por los Pastos Nefastos. Sus habitantes podrían recitarte de carrerilla y sin parpadear los nombres de sus siete montañas. De menor a mayor así se llaman las siete hermanas: Elèndel, Búrdanos, Alëa, Grolem, Ópenas, Uruandel y Claroll.

¿Ya te has situado? No te equivoques y vayas hacia Nephisto, por las barbas de Baal El Maldito, que allí no hay nada. 

Es aquí donde nacen y mueren todas las leyendas.

viernes, 5 de abril de 2013

Renacer




Se llama así porque Isis decía que los veleros tenían que tener nombre de chica. Y a Isis se le hacía caso, que siempre tenía razón.
Se llama así porque así se llamaba el pesquero de Harry. Era como una vieja leyenda. Pocas veces había visto a aquel solitario lobo de mar hablar con tanta emoción de nada. 

Se llama así porque es un nombre bonito.

Y Leo la ha bautizado Candace II porque su velero tenía que ser algo viejo y algo nuevo y algo bonito.
Al mismo tiempo.
Como un renacer.

jueves, 4 de abril de 2013

Ya es tarde.


Te invade un escalofrío, luego otro, no los esperas, el frío se te pega a los huesos, te ves solo. 
Y te invade el miedo.

No hay nada que hacer.

Solo.
Por un segundo todo de lo que estabas tan seguro deja de tener sentido y ves dónde te has metido realmente. Te das cuenta de que no quieres morir y que todo ha ido demasiado rápido. Qué tontería has hecho. Qué tontería.

¿Querías ser un héroe?
Lo único que has hecho ha sido cometer un error, el error de tu vida, meterte en un laberinto sin salida. Porque no hay salida. Porque,

ya no hay nada que hacer.

Entonces intentas salir corriendo, gritas y suplicas que te dejen ir, no quieres morir aún, no estás preparado. Te desgarras la garganta y te sumes en la locura, porque no hay nada que hacer, pero te niegas a admitirlo. 
Ya no queda valentía, valentía de esa que te prometió mentiras bonitas al oído. Ya no recuerdas ni por qué lo has hecho.
Sólo intentas escapar como un animal asustado. Desesperado, agarrándote a la vida y esta escurriéndose de tus manos. Intentas escapar.

Pero no hay salida.


Sobre la muerte de Sydney Carton [A Tale of Two Cities]

lunes, 1 de abril de 2013

¿Quién es?


Candace es una chica guapa. 

Aunque pase horas y horas al sol no se le irá nunca el blanco de la piel. Aunque haga un viento como si todos los dioses del olimpo estuviesen soplando al mismo tiempo, no se despeinará ni un poquito.

Está hecha para el mar, desentona en todos sus rasgos, en su manera de moverse, en su manera de hablar. Ha nacido para él. Vive, respira y moriría por él.
Lo sabes en cuanto la conoces. 

Candace es una chica valiente.

No se deja vencer fácilmente, ni le gusta andar con cualquiera. Puede ser la más fuerte si quiere. Puede luchar contra viento y marea. 

Candace no es una chica cualquiera. A fin de cuentas.

Candace es libre. Es amiga. Es amante. Es hija. Es madre. Es abuela y tía y sobrina y nieta. 
Es todo lo que quieres que sea si sabes quererlo bien. Es un montón de sueños e ilusiones, de principios y finales, de recuerdos, esperanza y soledad. Soledad de la buena. Candace es el mejor lugar para escapar de todo. 

Candace es libertad.

Y además Candace perdona, Candace no juzga
Candace sabe escuchar
Y escucha.