jueves, 8 de agosto de 2013

Cambio de planes

Melanie contempló con el ceño fruncido el desastre que se extendía a sus pies desde la puerta hasta al armario, por cada rincón de su habitación. Calcetines en la encimera, cajones abiertos con camisetas arrugadas sobresaliendo de ellos de mala manera, un sujetador sobre el espejo, vaqueros en el suelo encima de los restos de una pizza fría, las sábanas incluso hechas un nudo a los pies de la cama...
Hizo una mueca de fastidio, aquello mínimo le llevaría una hora. Golpeteó el suelo con la sandalia, impaciente, y se miró el reloj otra vez, sabiendo que era imposible ordenar aquello y llegar puntual a su cita. Siguió con los ojos la manecilla del segundero hasta que se convenció de que no iba a detenerse por arte de magia, entonces se dio por vencida y entró en la jungla con un suspiro. 

Odiaba que su madre le hiciese aquello. Ella habría sido más rápida de no ser por la alarma de su teléfono que había decidido hacer acto de presencia mientras bajaba por las escaleras como una exhalación para, con un poco de suerte, pasar inadvertida. Estaba a punto de atravesar el umbral de la puerta y lograrlo cuando la señora de la casa había interpuesto una mano en lo que la separaba a ella de la libertad en el último momento. A ningún sitio vas sin arreglar tu cuarto, jovencita.

Lo había tomado por una broma, de hecho se había reído. Luego al mirarla a la cara toda esperanza se pegó un tiro en la cabeza y ella se quejó de todas las maneras posibles, volviendo a subir los peldaños y sabiendo que nada en el mundo haría que cambiase de opinión. 

El minutero marcaba una hora y media exacta más tarde cuando guardó el último par de zapatos. El espejo, ahora libre, le devolvió una imagen un tanto patética de lo que quedaba de todo el trabajo que había hecho antes para arreglarse. El pelo despeinado, el maquillaje estropeado, una mancha por el peperoni en los bordes del vestido. Se sentía más agotada y triste que enfadada, pero ya no había nada que hacer. Rescató su vieja blackberry de debajo de la espalda tras dejarse caer sobre la cama y tecleó con rapidez una disculpa a todos sus amigos. Luego le contarían todo lo que se había perdido y ella decidiría que la próxima vez se enterraría bajo la pila de ropa sucia y se dejaría morir allí mismo. Era más rápido y más cómodo (y un poco más apestoso, también).

— Gracias por aguarme la fiesta, mamá. Te habrá alegrado el día —masculló sin que ella llegase a oírlo mientras asomaba la cabeza con el delantal puesto, después de dar un par de golpes en la puerta entreabierta. 

— Ya está la cena, cariño.

— La próxima vez me escapo por la ventana, que lo sepas.

— Vale pero ten cuidado con las hortensias. 

Se terminó levantando con un gruñido y tras calzarse los conejos que tenía por zapatillas de estar por casa, la siguió arrastrando los pies. Al menos le había preparado tortitas con chocolate, y seguro que a la tercera tortita se le pasaba un poco la cosa y se sentía mucho mejor.  Al fin y al cabo, ya no había nada que hacer.

Incluso admitió para sí que a veces quedarse en casa no era tan malo. Pero claro, eso a ella no se lo diría y regruñiría todo lo que pudiese y más mientras engullía la deliciosa cena. 

1 comentario:

Andrea dijo...

Lo que me habré reído con el «ten cuidado de las hortensias» JAJAJAJAJA. Nunca se me habría ocurrido una escena así con esas palabras, la verdad :3 Algo tan cotidiano, pero al mismo tiempo curioso :) A mí me ha gustado mucho ^^