miércoles, 8 de mayo de 2013

Bless [you]

— No vamos a llamar al veterinario, tienes que entender que el animal está sufriendo, apenas le quedan unos minutos de vida. Es mejor dejarla tranquila. Leo.

El chico estaba acuclillado frente al potro, que lo miraba con los ojos contraídos de horror y respirando pesadamente. Él le devolvía una mirada serena, tratando de decirle que no se iba a alejar de su lado, con una mano sobre el lomo lleno de heridas. 

— Leo, déjalo. Se va a morir. Es inútil. 

No. Tiene que haber alguna forma —se le quebró un poco la voz porque estaba intentando no llorar. El equino estaba enredado en un montón de alambres, obligado a estar medio tumbado, haciéndoles llagas por toda la piel. Parecía imposible sacarlo de ahí, pero se negaba a creerlo.

— Déjalo y vete a casa ¿entendido?, es tarde

Harry se dio la vuelta separando la mano de su hombro y se volvió a la cabaña, el cielo parecía estar a punto de comenzar a llover. No lo esperó porque supuso que pronto se cansaría y volvería a casa cuando viese que no podía hacer nada. Era un chaval. Tenía que aprender muchas cosas todavía.

Pero Leo se quedó allí, de rodillas, desenlazando con cuidado los alambres que atrapaban sus patas. También se abrió heridas estirando, pero después de pincharse una y otra vez no desistió. El animal se puso nervioso en varias ocasiones y tensó aún más los cables. Leo no se dio por vencido. Lo acariciaba, le hablaba, y seguía deshaciendo todo el embrollo. Pasó un montón de tiempo y se negó a aceptarlo incluso en ocasiones en las que el animal apoyaba la cabeza en el suelo exhausto, al límite de sus fuerzas, y él se detenía unos segundos rugiendo muy frustrado con algún nudo. 

Vamos pequeña, aguanta un poco más, ya casi está -le caía sangre ahora por la muñeca y goteaba al suelo, ya no sabía si era suya o de la yegua pero ahora temblaba, perdiendo el pulso. Una lluvia fina empezó a caer sobre ellos cuando deshizo el último nudo y el animal quedó liberado.

Ni siquiera se dio cuenta, ya no podía más, hacía rato que no se movía. 

Leo se levantó del barro y empujó al animal para que se irguiese un poco, y medio a rastras medio sujetándolo fue capaz de empezar a caminar con él. Habían llegado muy lejos para rendirse ahora y las cuadras no quedaban a gran distancia, tenía una cabaña vacía al lado que podría servirle como refugio para pasar la noche. Así que lo llevó hasta allí y la tumbó sobre la paja, despegándose el flequillo húmedo de la frente.

— Espérame, no voy a tardar.


Echó a correr con un último vistazo hasta la parte trasera de los establos y llenó un saco con todo el estante de botiquines que tenían y el abrigo de Harry. Una vez con todas las provisiones regresó junto al potro, que respiraba un poco más despacio. 

Con cuidado acarició su cuello y empezó a limpiarle las heridas con agua oxigenada y esparadrapos. Fue amontonando los que usaba y se quedaban sucios a un lado. El animal dejó que lo hiciese, como si supiese bien que no le iba a hacer daño, que lo estaba curando, aunque de vez en cuando profería algún relincho ahogado. Sus ollares estaban muy dilatados. 
Tenía algunas heridas muy feas, profundas, en las patas, el pelaje y toda la cara. Algunas sangraban tanto que las limpió por encima y enseguida les puso un vendaje. Y los vendajes los tenía que cambiar cada cierto tiempo porque se empapaban enseguida.

Se pasó el resto de la noche a su lado, luchando contra el sueño y el cansancio, cuidándola. Todavía vivía cuando amaneció y el chico de dieciséis años se despertó tumbado junto a ella, con todo el cuerpo entumecido.  

Tu madre dice que no has dormido en casa la voz a sus espaldas hizo que se sobresaltara. Harry estaba apoyado sobre el poste fumando pausadamente de su pipa mientras miraba la yegua —. Le daremos una oportunidad. Tú te encargarás de ella ¿está claro?

Leo asintió y la yegua trató de incorporarse un momento, como si lo hubiese entendido. Sonrió y le acarició bajo el morro haciendo que ella le golpeara amistosamente en la barriga.

¿Has oído eso?  le susurró cerca de la oreja  vas a ponerte bien, eres una chica valiente  pasó los dedos por la poca crin que tenía y volvió a revisar todas las vendas. La fiebre le había bajado, que no era poco. Lo habían conseguido, aunque aún les quedaba mucho trabajo hasta que se recuperase del todo.

 — Eres una chica muy valiente. 

"¿... y cómo te voy a llamar?" pensó, después, y estornudó dos veces. 

3 comentarios:

Andrea dijo...

Qué relato más bonito, joder. No pensaba que fuera sobre Leo, al verlo más largo que las entradas que sueles hacer sobre él, pero en cuanto he visto lo de la yegua me he acordado de lo que me comentaste :3

Yo no tengo afinidad ninguna con los animales, pero, ¿sabes? Me has hecho imaginarme qué es lo que se puede llegar a sentir por ellos. Se me ha puesto la piel de gallina cuando la yegua estaba a punto de morirse. Y Leo insistiendo. Y al final mira. Si no hubiera sido por él...

Ha estado genial el relato :3

An. dijo...

A mí tampoco me van especialmente los animalicos (ni yo a ellos, es bastante mutuo, se ríen de mí)y me he estado mordisqueando el dedo porque vengavengavenganopuedeser y esto es supercuqui y, en serio, genial. Y LEO ES AMOR. Me encantáis.

L.C.L. dijo...

Pues chica, debo ser la rara, porque a mí me encantan los caballos y todo lo que tenga que ver con estos "animalillos" (porque son "animalillos" pero son como cuatro yos). Además he dado clases de hípica, he sentido lo que es tener una yegua y cuidarla, cepillarla, bañarla, caminar entre cuadras y cabalgar. Y sentir que a Leo se le moría... Yo no vi morir a ninguno de "mis" caballos (eran del profesor), pero leer esto ha sido como transportarme a esos viejos tiempos y sentir lo que sentía Leo al lado de la yegua sin nombre.

Precioso, me he sentido tan identificada que casi lloro. Y la foto de la yegua... Amor en vena.

Respecto al nivel de escritura, está muy alto, el relato es bueno, mantiene la tensión hasta el final y utilizas palabras que le aportan calidad al relato (como "olleras").

Enhorabuena, me alegro de haber descubierto tu rinconcito. (: